¿Por qué solté la TQ+?

Recuerdo que cuando era muy pequeña odiaba ser una niña. No tenía miedo de decirle al mundo que yo quería ser un niño, lo gritaba sin pena a los adultos. Para mí ser niña era algo horrible, no podía hacer, decir, ni siquiera vestir como mis hermanos menores y mis primos. Odiaba que en las fiestas de cumpleaños me regalaran barbies y juegos de té mientras que a mi hermano le tocaban los balones de fútbol, naves espaciales y dinosaurios. Ser mujer representaba todo lo que no quería ser. Así crecí, siendo una marimacha, nombrada así por familia, amistades y personas cercanas por no adaptarse a lo que se espera que sea una niña. En mi adolescencia descubrí que me gustaban las mujeres y comencé a dudar sobre quién era yo.

Ya en la universidad conocí la teoría queer, mientras escuchaba una canción de Oskar kon k, un cantautor punk que decía estrepitoso “queer punk destruye el sistema, destruye los cánones”. Me pareció una frase tan irreverente y transgresora. Comencé a investigar sobre lo queer, me leí El género en disputa, Manifiesto contrasexual, Testo Yonqui, etc. Entré a grupos de FB genderqueer, cree una página donde compartía contenido que aludía al género como performance o actuación. Comencé a definirme como bi género, género fluido, pensé que estaba “jodiendo al género binario” mientras “actuaba” como un género y luego del otro. Estaba tan equivocada y se volvió aún más complicado. Posteriormente, comencé a decir que en realidad era un chico porque actuaba como uno, hablaba como uno, me vestía como uno. Le di respuesta al porqué me sentía de tal forma desde que era pequeña: en realidad era un hombre trans.  

Comencé a usar binder, para ese entonces yo ya había desarrollado una aversión hacia mi cuerpo debido a la sexualización (eso lo entendería mucho después), veía operaciones de mastectomías y después de faloplastia. Empecé a pensar qué parte de mi piel sana me quitaría para que formara un pene. También comencé a usar pronombres masculinos o neutros y las personas comenzaron a hacerlo para referirse a mí. En aquel entonces usé lo queer para darle sentido a mi existencia, me dije que en realidad yo era un hombre heterosexual, negando así por completo mi lesbianismo. Años después, entré a un grupo de lesbofeministas que comenzaron a criticar lo queer, lo trans y el término “cisgénero”. Me parecía horrible casi todo lo que decían esas mujeres. Comparaban a las personas trans con la gente transespecie, transedad, transracial, ponían noticias de mujeres trans que abusaron de mujeres, adolescentes y niñas, “casos “aislados”, dije. Yo me tapaba los oídos cada que escuchaba algo parecido, me reía, decía ¡TERF! y nada de lo que dijeran podía cambiar mi opinión. Sin embargo, estas mujeres me hicieron reflexionar sobre mí y de cómo era importante nombrarme mujer y lesbiana, vi la importancia de reivindicarme como tal. Leí un poco más a Monique Wittig, Adrienne Rich, Audre Lorde. Dejé de sentirme parte de lo queer, ahora era una lesbofeminista que trataba fuertemente de ser “cisgénero”, pues a ratos deseaba una mastectomía, usaba binder y pronombres masculinos.

Posteriormente tuve la oportunidad de entrar a una maestría. Mi directora de tesis era una feminista marxista de la que aprendí, entre muchas cosas, que el género no sólo es performance sino una estructura impuesta, al igual que la raza y la clase, no lo elegimos (de hecho pensar que se puede elegir es una idea bastante neoliberal). Desmanteló en un segundo el concepto de identidad de género lo cual me parecía más adecuado para entender la realidad material. Pero no me importaba ni reflexioné mucho al respecto, yo seguía diciéndole TERF a toda mujer que consideraba “trans excluyente”. Fue hasta que un día, por azares del destino, me encontré con una publicación en Instagram de una cuenta que ponía “Ser lesbiana con Disforia de género”, el dibujo ilustraba a una mujer que se imaginaba a sí misma con el cuerpo de un hombre, con mayor musculatura y sin pechos. Me identifiqué tanto con ese dibujo que estuve pendiente de todas las publicaciones de esa cuenta hasta que me enteré que daría una charla al respecto por lo que me inscribí lo más rápido que pude.

Cuando llegó el día estaba muy emocionada, escuché atentamente todo lo que esta chica tenía que decir. Hizo un recorrido del concepto de Disforia de género e identidad de género. Finalmente habló sobre la heterosexualidad obligatoria, la existencia lesbiana y sobre cómo muchas mujeres sufren presión para transicionar debido a lo que suele decir la sociedad respecto a las mujeres que no nos ajustamos a los roles y estereotipos de género lo que también termina por generar un rechazo hacia nuestros cuerpos. Me hizo preguntarme si quería una mastectomía porque odiaba mis pechos, o lo que realmente odiaba era que me sexualizaran por tenerlos. Finalmente, concluyó con una pregunta que sigue en mi cabeza hasta el día de hoy: Si el género no existiera, ¿la disforia seguiría vigente? Si las personas que me rodearon durante gran parte de mi vida no me hubieran dicho cosas como «en realidad eres un hombre», «eres bien «machito», «¿por qué no te comportas como una niña?», «¿por qué no transicionas?», incluso entonces, ¿pensaría en trnsicionar?

Evidentemente el tema me dejó con muchísimas preguntas y algunas respuestas. Busqué la bibliografía que recomendó, leí a Sheila Jeffreys, escuché las voces de mujeres destransicionadas de The Pique Resilience Project, revisé unos artículos de Kalinda Marín criticando la teoría queer y lo que llamaban el transgenerismo. Encontré a muchas mujeres feministas hablando al respecto del género y de cómo este se imponía a nuestros cuerpos (muy parecido a lo que me decían en mis clases). Estos textos me estaban ayudando a entender de dónde venía mi Disforia de género, de dónde venía ese odio hacia mi cuerpo y hacia el “ser mujer” y comprender por qué quería huir de mí misma al identificarme como genderqueer y después como hombre trans. Leí sobre el Abolicionismo de género y cómo resultaba más transgresor que sólo “jugar” con este. Después vi a Buck Angel hablando del “culto trans”. Espera, Buck Angel es el primer hombre trans que conocí como figura pública, ¿por qué está hablando en contra de lo trans? ¡Sorpresa! No era la única persona trans hablando sobre el tema, también estaba Debbie Hayton, Jenn Smith, Miranda Yardley, Scott Newgent, etc, exponiendo el daño que estaba haciendo el transactivismo (de la mano con lo queer) a las mujeres, a las infancias, a la población LGB ¡y a las mismas personas trans!

Posteriormente pasó lo del tweet de J.K Rowling y la palabra TERF se hizo tendencia porque Joanne dijo que las mujeres menstruamos. En Twitter la gente decía que Rowling era una persona horrible y que negaba la existencia de las personas trans. Yo estaba perpleja porque nunca logré comprender por qué era transfobia afirmar que las mujeres menstruamos. También escuché a Laura Lecuona hablar sobre el borrado de las mujeres y todo lo que decía empezó a tener sentido para mí. Finalmente, me dije a mí misma que no podía seguir apoyando ciegamente el movimiento queer y el transactivismo. 

Cuando se decía que las infancias eran trans debido a que querían jugar y vestirse como “el otro género” o a una autoafirmación (como yo de pequeña); cuando a las lesbianas machorras se nos dice hombres trans que se desisten a transicionar; cuando la transición y la terapia de reemplazo hormonal parecen ser la única vía para la disforia de género; cuando cada vez más personas destransicionan documentando los daños irreparables que dejan las operaciones y los bloqueadores hormonales en adultas/os y niñas/os; cuando las orientaciones sexuales dejaron de basarse en el sexo de las personas para basarse en la “identidad de género”; cuando a las lesbianas se nos dice que también deben gustarnos las “mujeres con pene” porque sino somos transfóbicas bajo la horrible idea del “techo de algodón”; cuando se promueven leyes de identidad de género que permiten que cualquier persona con su id modifique su sexo por “su género”; cuando dejaron de ser “aislados” los casos de mujeres denunciando el acoso y abuso sufrido por parte de hombres autoidentificados como mujeres; cuando hablar de la salud sexual y reproductiva de las mujeres comenzó a ser transfobia; cuando vi que, en su mayoría, eran hombres quienes usaban la palabra TERF para criticar y deslegitimar a compañeras; cuando los hombres comenzaron a irrumpir en espacios seguros para mujeres decidí decir: no más.

Concluyo con una cita que sintetiza mi sentir:

«nociones cómo identidad, género, la apropiación de la biotecnología, las alianzas con otros colectivos y, por supuesto, la diversidad, deben ser revisadas, reconducidas a la justa medida en que sirvan a los retos de igualdad y la emancipación de las mujeres». Rosa María Rodríguez Magda, 2019

Testimonio de K. J.

Cofundadora de la Alianza LGB en México

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